¿Qué es la Autoestima (AE)?
La autoestima (AE) es la conciencia de la propia valía, la asunción de lo que somos, con determinados aspectos buenos y otros mejorables, y la sensación gratificante de querernos y aceptarnos. Cómo las personas se ven a sí mismas y su habilidad para desarrollar diversas tareas. La diferencia entre el ser “ideal” y el “real”.
Porque una buena AE puede considerarse la clave para la formación personal, el aprendizaje, las relaciones satisfactorias, la autorrealización (desarrollo del propio potencial) y la felicidad de los individuos. Cuando un niño tiene una buena AE, se sabe valioso y competente. Entiende que aprender es importante, con lo cual no se siente disminuido cuando necesita ayuda. Es responsable, se comunica bien y es capaz de relacionarse adecuadamente con otros. Un niño con baja AE no confía en sí mismo y por lo tanto tampoco en los demás. Suele ser tímido, hipercrítico, poco creativo y en ocasiones puede desarrollar conductas agresivas, de riesgo y desafiantes. Esto provoca rechazo en los demás, lo que a su vez repercute en su autovaloración.
¿Cómo se conforma la AE?
En la conformación de la AE, influyen factores de diversos tipos:
- Personales (imagen corporal, habilidades físicas e intelectuales...).
- Personas significativas (padres, hermanos, profesorado, amigos, otras figuras de apego...).
- Factores sociales (valores, cultura, creencias...).
Para tener una buena AE se deberán dar estas cuatro condiciones:
- Seguridad y singularidad. Un niño que se siente seguro puede actuar con libertad en la forma que le parezca más oportuna y efectiva. Y un niño se siente seguro si a su vez se considera “especial” en el sentido positivo del término o único. Para ello necesita ser aceptado, valorado y querido por ser como es. Esto no se da en ambientes donde el niño percibe que le está juzgando continuamente y donde se siente amenazado por experiencias de fracaso, rechazo o indiferencia.
- Sentido de competencia. El niño debería sentirse capacitado para hacer frente a las distintas situaciones que ocurren durante su desarrollo. Debería sentirse con “poder” para ejercer alguna influencia sobre lo que le sucede en la vida. Para ello debe de dársele la oportunidad de elegir, de acertar y sobre todo de equivocarse (de los errores se aprende mucho). Además debe proporcionársele el estímulo necesario para aceptar responsabilidades y asumir consecuencias.
- Sentido de pertenencia. Es la sensación de sentirse aceptado por parte de su grupo (raza, religión, cultura, barrio, clase, familia, etc). El niño se reconoce vinculado y formando parte “de” y “con” otros.
- Sentido de motivación y finalidad. La motivación es el impulso a actuar de forma lógica y razonable para alcanzar objetivos específicos. El adulto puede dirigir la motivación del niño hacia actividades que favorezcan su desarrollo personal, de acuerdo con sus capacidades. Es importante que estos objetivos sean atractivos y al mismo tiempo realistas, para que con frecuencia se logren y en caso de fracaso puedan ser vividos más como un desafío personal que como barreras insuperables.
Cómo detectar problemas de AE en el niño.
- Conductas indicadoras de buena AE
- Tener ganas de intentar algo nuevo, de aprender, de probar nuevas actividades
- Ser responsable de sus propios actos.
- Hacerse responsable de otras personas; tener conductas pro-sociales.
- Confiar en sí mismos y en su propia capacidad para influir sobre los eventos
- Manifestar una actitud cooperadora
- Autocrítica. Aprender de los errores
- Conductas indicadoras de baja AE
- Rehuir el intentar actividades intelectuales, deportivas o sociales por miedo al fracaso
- Engañar. Mentir. Echar la culpa a otros
- Conductas regresivas (hacerse el pequeño). Comportamientos no sociales.
- No confiar en si mismo. Creer que no se tiene capacidad de control sobre los eventos
- Agresividad, timidez excesiva o violencia
- Negación frecuente. Frustrarse
Estrategias para desarrollar la autoestima
Cualquier estrategia para desarrollar AE en un niño tiene que ser individualizada. Hay que tener en cuenta varios factores: el temperamento del niño, sus intereses, sus destrezas, su vulnerabilidad, sus mecanismos de defensa y su nivel cognitivo.
Algunas sugerencias que pueden ser de utilidad son:
- Desarrollar la responsabilidad del niño, en un clima de aprendizaje, dándole la oportunidad de desarrollar tareas en un ambiente cálido, participativo e interactivo, procurando incentivarle de forma positiva.
- Darle la oportunidad para tomar decisiones y resolver problemas, mostrando confianza en sus capacidades y habilidades para hacerlo. Es muy importante tener claro que las exigencias y metas han de ser alcanzables por el niño.
- Reforzar positivamente las conductas siendo efusivo, claro y concreto. Si las alabanzas son muy generales no dan una pista sobre el comportamiento adecuado, pudiendo originar confusión. Por ejemplo, si el niño ha ordenado el cuarto le diremos: “¡Cómo me ayudas!, tienes hoy el cuarto perfecto, gracias”. (Respeto, amabilidad y refuerzo positivo).
- Establecer una autodisciplina poniendo límites claros, enseñándoles a predecir las consecuencias de su conducta. Ejemplo: “Si no haces tus deberes antes de la hora de la cena, sabes que no verás el partido de fútbol”. Y si no los hace en ese tiempo, que debería ser razonable, no ve el partido aunque sea la final más esperada (congruencia y consistencia).
- Enseñarles a resolver adecuadamente el conflicto y a aprender de los errores y faltas como algo positivo, habitual en el crecimiento y en la vida en general. Ejemplo: “No estudiaste bien el examen de matemáticas y has suspendido. Si de esto aprendes que hay que prepararlo con más dedicación y la próxima vez lo consigues, será un aprendizaje importante aunque no tenga números”. (Respeto, asunción de consecuencias, refuerzo y no culpabilización, sino oportunidad de aprendizaje).
- Usar algunas reglas básicas de lenguaje: Distinguir entre conducta e individuo, esto es, no globalizar ni personalizar: “Eres un desastre y un desordenado, tienes tu cuarto como una cuadra”, frente a: “No me gusta ver tu cuarto tan desordenado, me pone furiosa”. (Es el desorden y no tú lo que me disgusta). Además hay que intentar no utilizar un lenguaje peyorativo y ser preciso en el uso de los términos, de forma que la comunicación favorezca el entendimiento y no la confusión y el insulto.
- Está claro que difícilmente podremos enseñar lo que no sabemos o lo que no somos. Los hijos nos dan una oportunidad única para revisarnos y mejorar (seguir igual o empeorar).
Concha Bonet Luna, pediatra y Margherita Brusa, pedagoga. Asociacion Española de Pediatría Atención Primaria
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